sábado, 9 de marzo de 2013

viernes, 8 de marzo de 2013

Los olores también crean imágenes en el cerebro que pueden ser fotografiadas


Los olores también crean imágenes en el cerebro que pueden ser fotografiadas

Experimentos con ratones desvelan uno de los últimos misterios de los mecanismos del conocimiento

Los olores, que carecen de luz y de forma, también crean imágenes cerebrales, según han comprobado investigadores de la Universidad de Duke estudiando las reacciones de ratones a las feromonas. Las imágenes han permitido construir el mapa digital que cada olor crea en el cerebro, lo que arroja nueva luz sobre los fenómenos neuronales y desvela uno de los últimos misterios de los mecanismos del conocimiento. Por Eduardo Martínez.

Investigadores de la Universidad de Duke han podido determinar que los olores crean imágenes en el cerebro y han visualizado estas imágenes generadas en ratones de laboratorio.

Las imágenes se fabrican como parte del proceso para analizar las informaciones transmitidas por el olfato y para tomar decisiones, como las relativas a la elección de pareja sexual.

Es la primera vez que se consiguen visualizar informaciones transmitidas al cerebro a partir del olfato. La técnica empleada se basa en fotografiar el bulbo olfativo cuando es estimulado por un olor específico, feromonas en el caso de esta investigación.

Nunca se había conseguido este resultado porque esta zona del cerebro sólo se activa cuando los individuos están despiertos y explorando el entorno. Por otro lado, sorprende que una información carente de luz y de forma pueda generar una imagen.

Microelectrodos
Para ello, los investigadores implantaron tres microelectrodos en determinadas zonas del cerebro de los ratones del experimento, registrando así las respuestas de cada neurona a las diferentes feromonas.

A continuación, introdujeron sucesivamente diversos ratones en una misma caja para analizar las respuestas cerebrales de esta interacción entre diferentes individuos.

Comprobaron que las neuronas reaccionaban de diferente forma a las feromonas desprendidas por cada individuo, generando una “imagen feromonal” según su rango y sexo, así como que la cabeza era la que desprendía más feromonas.

De esta forma, consiguieron reunir el equivalente a la huella digital dejada por cada olor en el cerebro, una imagen que los humanos, al igual que los ratones, usamos para reaccionar a una señal olfatoria.

Cuestión de feromonas

El equipo del profesor M. Katz estudió específicamente el efecto de las feromonas en el cerebro. Aunque se desconoce exactamente el papel que desempeñan en la especie humana, para las especies animales las feromonas son sustancias que contienen información sobre el estado social de otro miembro de la especie o sobre su ciclo reproductivo.

La investigación descubrió que el sistema feromonal de los ratones incluye neuronas especializadas que se combinan para crear una especie de imagen química de los otros animales, lo que podría ser el equivalente en los roedores del reconocimiento de la cara entre los primates y los humanos.

En los primates, hay neuronas llamadas células del rostro que son seleccionadas para distinguir atributos y rasgos de particular importancia tales como los ojos o la boca. Y como éstas, las neuronas selectivas de las feromonas pueden encontrar una respuesta específica de combinación de rasgos.

En el caso de los ratones, estas señales son percibidas a través de un sistema olfatorio auxiliar (AOB), completamente diferente del principal. Este sistema especializado en percibir y analizar las feromonas era hasta ahora casi desconocido y ha sido por ello el objeto de la investigación de la Universidad de Duke.

Última caja negra
Los trabajos revelan que las neuronas de este sistema olfativo están especializadas en leer las feromonas y en decodificar la identidad de otro ratón, estableciendo su sexo y rango social, lo que les permite elegir mejor sus parejas o grupos.

La visualización de las imágenes cerebrales generadas por estos procesos proporciona información muy valiosa sobre la receptividad sexual de las hembras y la jerarquía de dominación entre los machos.

Los autores comparan su descubrimiento con la apertura de una de las últimas cajas negras del cerebro, y también con la grabación de los músculos de las alas de un ave cuando vuela.

Una amplia gama de mamíferos, desde el ratón hasta el elefante, posee este 'sexto sentido' para detectar las feromonas. Estos agentes químicos son detectados inicialmente a través de un órgano sensitivo y especializado, llamado vomeronasal, que se localiza en la cavidad nasal, y donde se activan receptores químicos similares a los usados en el olfato y el gusto.

domingo, 3 de marzo de 2013

Revista Comunicar Nro. 40

Bases neuroquímicas del amor duradero


La bomba hormonal que nos sacude cuando nos enamoramos no es eterna. Sin embargo, imágenes por resonancia magnética han revelado que en el cerebro de algunas parejas que llevan décadas juntas se activan las mismas zonas que en los nuevos amantes. También los niveles de oxitocina, la ‘hormona del abrazo’, pueden influir en que este amor se sostenga en el tiempo. Si a todo ello se le suma una dosis de sobreesfuerzo, el amor debería tener los ingredientes para ser duradero. Al menos en teoría.
Laura Chaparro

“Uno debería vivir siempre enamorado. Por eso no debería casarse”

Así de rotundo se mostraba el escritor irlandés Oscar Wilde, convencido de que el compromiso acababa apagando la llama del amor. Dejando a un lado la figura del matrimonio, su reflexión iba más allá, al pensar que un amor duradero, sostenido en el tiempo, perdía su esencia con el paso de los años. Y esa pregunta sigue rondando por la cabeza de millones de personas de todo el mundo: ¿podemos vivir tan enamorados como el primer día?

El amor es la droga más potente que existe, y no una es una frase hecha. Su efecto es similar al de algunos analgésicos, puesto que enciende zonas cerebrales que reducen el dolor, según una investigación de la Universidad de Stanford (Estados Unidos). Y como ocurre cuando una persona adicta a las drogas las deja, cuando el amor se rompe, las consecuencias de la adicción son tan fuertes que pueden desembocar en graves comportamientos depresivos y obsesivos, tal y como señala otro estudio del Albert Einstein College of Medicine (Estados Unidos), dirigido por la reconocida antropóloga Helen Fisher.

Sigmund Freud especuló con que la pasión en relaciones largas respondía a una patología o a una sobreidealización

La droga romántica es la ‘culpable’ de que nuestro cerebro y todo nuestro cuerpo experimenten una apoteosis química, con emociones que van desde la euforia a la ansiedad, pasando por la sorpresa, el miedo y la obsesión.

Ese estado de embriaguez amorosa inicial no es sostenible en el tiempo. En eso los científicos están de acuerdo puesto que ningún organismo sería capaz de soportar tal éxtasis de forma permanente. Sin embargo, aunque la excitación tienda a relajarse, el amor romántico sí puede perdurar.

Como el primer día
En 2011, la neurocientífica Lucy L. Brown, del Albert Einstein College of Medicine, describió junto a Helen Fisher lo que sucede en el cerebro de parejas con relaciones de largo recorrido. “Nos centramos en aquellas personas que decían estar enamoradas como los primeros meses, aunque llevaban juntas diez años o incluso más”, explica Brown a SINC.

El estudio, titulado Correlaciones neurales del amor romántico intenso de larga duración, es el primero que investiga las implicaciones que tiene este tipo de amor duradero en el sistema nervioso.

Diferentes teorías apuntaban a que no era posible que la intensidad del amor se prolongara en el tiempo. El cuidado de los hijos podía apagar la llama de la pareja, o bien el amor, con el paso de los años, se transformaba en una amistad profunda entre ambos, sin necesidad de que existiera deseo sexual. El mismo Sigmund Freud especuló con que la pasión en relaciones largas respondía a una patología o a una sobreidealización por parte de uno de los dos miembros.

La oxitocina registrada durante los primeros meses podría ser un indicador de la duración de la relación

“Sin embargo, otras teorías sugieren que podría haber mecanismos con los que el amor podría sostenerse en el tiempo en una relación”, destacan las autoras en su estudio. Para averiguarlo, escogieron a diez hombres y siete mujeres casados durante una media de 20 años. A todos ellos les sometieron a una resonancia magnética, y dentro del escáner les mostraron imágenes de sus parejas, de amigos íntimos, de familiares cercanos y de parientes lejanos.

Los resultados mostraron que cuando veían la imagen de su pareja, su cerebro se comportaba de forma similar al de las personas recién enamoradas, al activarse las regiones que fabrican dopamina, situadas principalmente en el área ventral tegmental. Además, también se excitaban las regiones asociadas con el apego maternal y la amistad.

El hallazgo de que la dopamina tuviera también un papel importante en esta fase les sorprendió por lo que entrañaba. Esta hormona es la responsable de la euforia, tan común en el comienzo de las relaciones, y es un neurotransmisor que regula el sistema de recompensa, encargado de que respondamos a estímulos que causan placer o desagrado.

“Los resultados sugieren que el sistema de recompensa que se activa en determinadas parejas duraderas se puede prolongar en el tiempo como ocurre con un nuevo amor, pero también está relacionado con los sistemas implicados en el apego y el emparejamiento”, apuntan en el estudio.

El termómetro del afecto
Otra de las hormonas que se disparan cuando el amor campa a sus anchas por el cerebro es la oxitocina. Entre otras cosas, es la responsable del cariño entre padres e hijos y del afecto entre las parejas, y por eso se conoce como la ‘hormona del abrazo’. Según una nueva investigación, sus niveles podrían influir en que una relación fuera más o menos duradera.

Científicos de la Universidad Bar-llan de Israel analizaron las cantidades de oxitocina en sangre de 163 jóvenes. Entre ellos se encontraban 43 personas solteras y 60 parejas de ‘nuevos amantes’, que solo llevaban tres meses de relación. Como esperaban, los valores de oxitocina en las parejas eran superiores a los de los solteros, pero lo sorprendente de la investigación fue otro hallazgo, encontrado seis meses después del comienzo de las observaciones.

Las respuestas cerebrales experimentadas en los comienzos de la relación podrían estar relacionadas con la estabilidad de las parejas

“Descubrimos que las parejas con los niveles más altos desde el principio seguían juntas nueves meses después, mientras que las demás habían roto”, señala a SINC Ruth Feldman, investigadora del Centro de Investigación del Cerebro de la Universidad Bar-llan.

Los científicos entrevistaron a las parejas y comprobaron que los niveles de oxitocina estaban relacionados con la reciprocidad de los miembros y también con el afecto, muestras de cariño, compañerismo y la ansiedad y preocupaciones que compartían. Estos rasgos son similares a los que se aprecian en una relación padre e hijo.

Según este estudio, la oxitocina registrada durante los primeros meses podría ser, de algún modo, un indicador de la duración de la relación. Con este dato sobre la mesa no resulta descabellado pensar que si nos suministráramos la hormona de forma externa podríamos aumentar estos niveles y así conseguir que el amor durara para siempre.

Pero Feldman es tajante: “No recomiendo usar oxitocina de forma exógena, mediante inhalación o medicación, para aumentar los niveles y avivar la relación artificialmente”. Y aconseja la opción natural. “Cuando las parejas se tocan más, pasan más tiempo juntas y se prodigan en muestras de afecto, la oxitocina aumenta y es muy positivo para los dos”. Si los niveles bajan porque todo lo anterior falla, “la relación debería terminar”, recomienda.

La prueba de los 40 meses
Comparar la actividad cerebral de parejas que siguen juntas con otras que han roto pasados 40 meses también puede servir para analizar si lo que ocurre en la mente influye en la estabilidad de la relación. Una investigación dirigida por el Alpert Medical School de la Universidad Brown (Estados Unidos) analizó esta actividad mediante resonancia magnética en 18 parejas que acababan de comenzar.

Los expertos no recomiendan usar oxitocina de forma exógena para avivar la relación artificialmente

Cuando pasaron 40 meses, los investigadores volvieron a contactar con ellas para saber si seguían o no juntas y compararon los escáneres previos. De las 12 parejas que volvieron a responder, seis habían roto y las otras seis seguían juntas.

Los escáneres de aquellas que permanecían unidas mostraron que, al principio, en sus cerebros las zonas relacionadas con el amor romántico, como es el núcleo caudado, se activaban con mayor intensidad respecto a las de las parejas que rompieron 40 meses después.

Del mismo modo, otras zonas que se ‘apagan’ o desactivan cuando empieza el romance, como la corteza orbitofrontal –relacionada con la toma de decisiones–, se apagaban en mayor medida en aquellas parejas que seguían juntas después de este período de tiempo.

“Esto sugiere que las respuestas cerebrales experimentadas en los comienzos de la relación podrían estar relacionadas con la estabilidad de las parejas”, indica a SINC Bianca Acevedo, psicóloga del Weill Cornell Medical College (Estados Unidos) y una de las autoras del estudio.

Esfuerzo al cuadrado
Resonancias magnéticas y análisis hormonales muestran que lo que ocurre en el cerebro influye en la duración del amor pero, ¿eso basta para explicar el alto índice de rupturas en el mundo occidental? El matemático de la Universidad Complutense de Madrid José-Manuel Rey Simó decidió abordar este problema social desde un punto de vista matemático. “Algo que se produce de forma tan sistemática no puede obedecer a causas muy diversas”, afirma a SINC. Y tradujo el fenómeno en un sistema de ecuaciones diferenciales, publicado en 2010 en la revista PLoS ONE.

Un modelo matemático de las relaciones sentimentales indica que el esfuerzo para mantener una relación es siempre superior al que nos gustaría

La base de la ecuación es la segunda ley de la termodinámica: si un cuerpo deja de recibir calor, se enfría y, para evitarlo, hace falta un aporte externo de energía. Estableció una analogía para el caso de las parejas, dejando claro que funciona “solo como un paralelismo, no como una verdadera ley física de los sentimientos”, donde las variables de la ecuación serían dos: la sensación amorosa –que correspondería con la energía interna del sistema– y el esfuerzo que hace la pareja para que esa sensación dure a lo largo del tiempo –la transferencia externa de calor–.

“Las parejas no tienen acceso a aumentar de forma directa la sensación amorosa, pero sí pueden hacerlo si incrementan el esfuerzo”, añade el matemático. La pregunta es, ¿cuánto esfuerzo hay que poner para que una pareja sea feliz pasados los efluvios del enamoramiento inicial? “El modelo matemático indica que el nivel de esfuerzo en una relación es siempre superior al que nos gustaría”, reconoce Rey Simó. Y varía en función de cada pareja.

Con este esfuerzo extra, las matemáticas y las neurociencias coinciden en que lograr un amor para siempre es difícil, pero no imposible. “Contrario a lo que se cree, el amor romántico en las relaciones largas es un fenómeno real”, subraya Bianca Acevedo. Argumentos científicos existen pero a nadie se le escapa que la ciencia no puede responder a todo. Como reconoció el matemático francés Blaise Pascal, el corazón tiene razones que la razón [o la ciencia] no entiende.

Contra la inercia negativa
Para acabar de complicar la situación, en el modelo matemático de las relaciones sentimentales formulado por José-Manuel Rey Simó, el sistema es inestable y su propia inercia es negativa, lo que traducido a una relación significa que si una pareja deja de esforzarse y luego quiere retomarlo, es muy posible que no llegue a remontar.

“Ese plus de esfuerzo necesario unido a la inercia de la dejadez provoca que las parejas tiendan a esforzarse menos de modo paulatino, lo que trae como consecuencia que la variable de la sensación amorosa se desplome”, asegura el matemático. Pero esto no ocurre de un día para otro. “Las parejas no suelen romper de forma brusca, salvo por algún suceso traumático, sino que se trata de un proceso de descomposición paulatino, un deterioro que también se refleja en el modelo matemático”, señala Rey Simó.

Y el esfuerzo se puede interpretar tanto en cantidad como en calidad, entendido como hacer cosas que nos desagradan pero que le gustan a la otra persona o aumentar la frecuencia de determinadas actividades que puedan ser positivas para los dos. Apostar por la novedad también ayuda porque está demostrado que las sorpresas aumentan los niveles de dopamina, lo que contribuye a mantener vivo el éxtasis romántico.

Más información: http://www.agenciasinc.es/Reportajes/Para-toda-la-vida/(n)/44066