jueves, 15 de agosto de 2013

Los hábitos de los innovadores

Los hábitos de los innovadores

En el ADN de los Innovadores, trabajo realizado hace un par de años por Jeffrey H. Dyer, Hal B. Gregersen y Clayton M. Christensen, se describen los hábitos de gente como Steve Jobs, el hasta hace unas semanas visionario líder de Apple, y otros grandes innovadores actuales.

Esta investigación revela actitudes, comportamientos y habilidades comunes entre todos ellos, que les distinguen de la mayoría de directivos. Si ha sido posible descubrir estas características: ¿podría el resto de nosotros emularlas?

Antes de responder, déjame decirte que estudios realizados con personas gemelas idénticas, separadas al nacer, indican que nuestra habilidad para pensar de forma creativa viene dada, en una tercera parte, por la genética y, en las dos terceras partes restantes, por el aprendizaje: comprender las particularidades de cada habilidad, practicar una y otra vez con ellas y, finalmente, interiorizarlas.

Veamos ahora en qué consisten dichas cinco características:

Cuestionar, desafiar hipótesis, les permite romper con el statu quo y descubrir nuevas posibilidades. Steve Jobs no cejó en su empeño hasta lograr que su iPhone se controlara desde un solo botón, a pesar de que sus ingenieros insistían en que era imposible.

Observar, hasta los más pequeños, permite identificar problemas aún no resueltos o nuevas formas de hacer las cosas. iTunes e iPod fueron fruto de la pasión de Steve por la música y de su deseo de llevársela a todas partes con él, de una manera sencilla y práctica.

Experimentar, poniendo a prueba nuevas ideas y explorando sus posibilidades. Cuando pensamos en experimentos nos acordamos de científicos en bata blanca o de inventores como Thomas Edison, fabricando prototipos o lanzando experiencias piloto. ¿Imaginamos a Jobs destripando un Sony Walkman para juguetear?

Networking, con toda clase de directivos o personas de diferente perfil, les permiten obtener perspectivas muy distintas y contrastar sus propias reflexiones. Para ello visitan otros lugares, gente de otras disciplinas, asisten a conferencias impartidas por artistas, emprendedores, académicos o científicos que muestran sus ideas y proyectos con pasión, o participan en redes de intercambio de experiencias para ampliar sus horizontes de conocimiento.

Asociar, las cuatro pautas de acción anteriores, persiguiendo cultivar nuevos conceptos conectando problemas e ideas aparentemente inconexas. Para Steve Jobs “creatividad era conectar cosas” y eso fue lo que hizo con el primero de sus
iPods y con el resto de dispositivos que vinieron después.

En definitiva, el comportamiento innovador puede desarrollarse y fortalecerse a través del entrenamiento y la práctica. Hoy la mayoría de directivos comprende que es importante desarrollarlo, pero muchos desconocen aún el proceso y dónde practicarlo.

Con formación, coaching y desarrollo de habilidades, se pueden obtener grandes progresos en la propia capacidad para innovar, no solo en el desarrollo de productos y servicios, sino también de nuevos negocios o mejora de los existentes y en la mejora de procesos.

En cualquiera de los casos, lo primero es asignar tiempo, tanto uno mismo como el resto del equipo, para cultivar el pensamiento creativo y experimentar con nuevas ideas, es decir, para practicar la innovación, sin olvidar que habrá que ir sistematizando y organizando el proceso de aprendizaje o transformación, estableciendo objetivos medibles.

Ahí van algunos consejos adicionales para desarrollar tu propia capacidad innovadora. Construye una cartera de contactos para networking más allá del círculo de contactos cercanos; apúntate a una o varias asociaciones profesionales que ofrezcan oportunidades para reunirse y trabajar en grupo con directivos de, incluso, otras disciplinas; conócete mejor solicitando una evaluación de tus fortalezas y debilidades para la innovación; asiste a seminarios sobre el uso y aplicación de herramientas relacionadas con la creatividad y la innovación; trabaja sobre los resultados que arrojen las evaluaciones que hayas solicitado hacerte y ayúdate de un coach, en aquellos aspectos relacionados con tus comportamientos y actitudes que lo requieran.


Alcanzar la excelencia en innovación es algo que tampoco está a nuestro alcance. Se trata más bien de un camino que nunca tiene fin, y no de un destino. Durante ese recorrido, es bueno preguntarse regularmente, ¿cómo puedo seguir mejorando mis habilidades para la innovación? y continuar aprendiendo. Al fin y al cabo, ¿alguno de nosotros confiaría el desarrollo y crecimiento de su empresa a alguien con pocas habilidades para la innovación? Es decir, ¿a alguien incompetente en una de las competencias más eficaces hoy, tanto para el crecimiento como para la internacionalización?

Autor: Juan Liquete



lunes, 12 de agosto de 2013

Inteligencia social: la nueva ciencia del éxito

Inteligencia social: la nueva ciencia del éxito

Estás equivocado, absolutamente equivocado; y te lo voy a demostrar”. La persona que recibía estas afirmaciones era un militar de alta graduación y técnico experto que trabajaba para el departamento de Defensa, y la persona que las emitía era un asociado de mi compañía que tenía una gran capacidad técnica, pero una tremenda falta de habilidad social.

En un momento de la reunión con el experto del Gobierno, este opinó en contra de las posibilidades de una de nuestras tecnologías y mi compañero, que tenía una magnífica inteligencia  abstracta pero nula social, decidió que debía aclararle al militar algunas cosas. Sus palabras ocasionaron a nuestra empresa una pérdida de varios millones de dólares.

Competencia social
La capacidad para llevarse bien con la gente representa la inteligencia social, y es una de las competencias más importantes de nuestra inteligencia. Podemos decir que es una mezcla del entendimiento básico de las personas –una especie de percepción social estratégica– conjugada con una serie de capacidades para interactuar adecuadamente. La inteligencia social tiene cinco dimensiones sociales:

Un radar para leer el contexto social en el que nos encontramos y que nos permite elegir diferentes conductas.
Apariencia, qué es lo que los demás perciben de ti: confianza, auto-respeto y valoración personal.
Autenticidad, que no es más que una forma de conducta que genera la percepción de que eres honesto contigo mismo y con los demás.
Claridad, la utilización del lenguaje de forma efectiva, explicando los conceptos para que los demás los entiendan y persuadiéndoles con nuestras ideas.
Empatía, la capacidad de crear un sentido de conexión con los demás; hacer que los otros estén en tu misma onda y se te aproximen.

Todas estas dimensiones de conducta van desde una posición de altamente efectiva a muy poco efectiva, y su desarrollo ayuda a comprender el espacio social.

Tóxico o estimulante
Los comportamientos tóxicos contribuyen a la alineación al conflicto y a la animosidad, y hacen que los otros se sientan devaluados, molestos o frustrados; mientras que los estimulantes nos llevan hacia la empatía, la comprensión y la cooperación, y hacen que los otros se sientan valorados, capaces, respetados y apreciados. Las personas con una alta inteligencia social –aquellas que son esencialmente estimulantes en su conducta– resultan atractivas, mientras que las que tienen una baja inteligencia social resultan básicamente repelentes.

La principal causa de una baja inteligencia social es la falta de introspección. Las personas tóxicas están frecuentemente tan preocupadas por sus contradicciones internas que son incapaces de entender el impacto que tienen en los demás, por eso necesitan que les hagan ver cómo son percibidas.

Inteligencia social y emocional
La relación entre una y otra es cada día más clara. Por ejemplo, cuando Reagan era presidente de Estados Unidos generó un alto nivel de afecto que no hizo más que crecer una vez que dejó su cargo. Sin embargo, aquellos que trabajaban más próximos a él se daban cuenta de la paradójica contradicción entre su persona emocional y su persona social. Reagan era muy habilidoso para motivar y encantar a la gente; pero eran muy pocos quienes, a un nivel personal, podían conectar con él. Las relaciones con los miembros de su propia familia eran distantes y tensas. De hecho, sus colaboradores decían que les demostraba muy poco interés. Ronald Reagan era un hombre con una tremenda inteligencia social, pero con muy poca inteligencia emocional.

Necesitamos hacer de nuestra inteligencia social una prioridad y desarrollarla para ganar el respeto y cariño de quienes nos rodean. La necesitamos para aprender a colaborar e influir de forma efectiva y para conectar con aquellos a los que dirigimos.

Para conseguirlo, tenemos que trabajar nuestra empatía. Hemos de ser capaces de presentarnos de forma adecuada y ganarnos el respeto del equipo. La inteligencia social puede reducir el conflicto, crear colaboración y eliminar la polarización a través del entendimiento. Solo de esta forma movilizaremos a las personas hacia los objetivos comunes.

Por Karl Albrecht